¡AY, JOSE!, EL LAMENTO ALEGRE DEL ETERNO RETORNO
Celebración de Barranquilla única en el
mundo. En Rebolo la gente se viste de negro y en Las Nieves, de blanco. No
estaba muerto, andaba de parranda y todavía le deben noches de velorio. Hoy,
supersticioso martes 13, de Reconquista, con este "pelele" se acaba
la rumba y... a redimir pecados.
Por Carlos Ramos Maldonado
El viernes precedente al carnaval cien años
inciertos antes del actual, el bisiesto 29 de febrero, José Nicolás Ariza
Celedón salió muy temprano de su casa en el barrio Rebolo, entre Maturín y
Matadero, para ejercer su oficio de distinguido y sobrio auriga fúnebre en el
taller de féretros de la familia italiana Fallace Garizábalo allí cerca, en la
esquina de la calle San Francisco con callejón Bocas de Ceniza. Pero no pudo
trabajar porque el coche de tracción animal que tenía a su servicio, propiedad
de un señor de apellido Molinares, fue alquilado sin conductor para convertirlo
en carroza festiva y desfilar en la Batalla de Flores del sábado de carnaval en
el Paseo Colón para el reinado de Isabelita Sojo; es decir, ese día quedó
cesante.
Pero no regresó a su casa, aunque de ello
apenas se dieron cuenta al día siguiente, sábado: se había ido por los lados
del sector Monigote a jugar dominó y tomar gordolobo con sus amigos vendedores
del mercado, pescadores y calafateros del Caño de la Ahuyama. Nadie conocido lo
volvió a ver durante tres días.
De él y de sus andanzas durante el tiempo
perdido se conjeturaron muchos chismes dignos del realismo mágico: que fue a
cagar al Caño y se lo tragó un cocodrilo; que se hizo camaján para asistir a
los funerales de una famosa matrona en Ciénaga y a terminar de firmar en la
finca Neerlandia el final de la “Guerra de los mil días”; que por su soltería
empedernida sentía el acoso de tantas mujeres y se escondió en un disfraz de
monocuco, pero en alguna parte dilapidó la conciencia; que se fue acompañando a
las letanías de las Ánimas Negras de Soledad para la vecina invasión de La Luz;
que lo vieron por los alrededores de la Plaza 7 de Abril bailando con las putas
porros sabaneros; que en el callejón de los “miaus” de la plazoleta Ugüeta, los
chinos lo volvieron picadillos para especiar el arroz; que en la Calle Ancha
unos gitanos lo convirtieron en marioneta de circo; que en el barrio Las
Nieves, borracho, la gente lo empolvó con harina de yuca y como cayó un
chaparrón terminó convertido en estatua de yeso en alguna capilla de pueblo; en
fin, aun se cuentan historias nacidas de sus coetáneos, ya todos fallecidos, y
distorsionadas por la tradición oral; incluso, versiones previas y encontradas,
aunque todas sin evidencias documentadas.
Pero la pista más contundente de su
desaparición y posible muerte la dijo él mismo antes de despedirse de su madre:
“Si no regreso, no me esperen ni me busquen: el martes me recogen con palas”.
Para todos los carnavales decía lo mismo.
Escuchar canción “Joselito Borrachón”: https://n9.cl/7jfdah
Sin embargo, la familia y las novias
denunciaron su ausencia en la policía y emprendieron la averiguación; pero
nada, al tercer día lo dieron por muerto, y prepararon un velorio con cadáver
ausente y cajón vacío, que les prestaron donde trabajaba. Las plañideras
acompañaban el llanto de la madre y las prometidas viudas, y los vecinos
vestidos de negro elegante refirieron chistes en el frente de la casa toda la
noche mientras consumían ron con pasabocas de bollo´e yuca con butifarra.
Amaneciendo
el martes corrió la bola de que lo habían hallado despreciado en la penumbrosa
caja de aire de un “salivón” del Boliche, pintado de blanco y envuelto en un
velo negro de decoración para brujas de carnaval y con una botella de ron vacía
tirada al pie. Todos los del velorio salieron corriendo, incluso, se llevaron
el cajón vacío, y las mujeres llorando y vociferando “¡Ay, Jose, te fuiste para
siempre!” … y “Me dejaste preñá”, gritaba una.
Fotomontaje: borracho tirado en la penumbra;
actor Matheus Zamora Ariscapa
Peor el alboroto cuando el inspector fue a
hacer el levantamiento de cadáver y el hombre despertó aturdido y asustado:
realmente no estaba muerto, andaba de parranda.
Y, llevándose la mano derecha a su rostro
ebrio, preguntó molesto: "¿Quién me borró la cruz de ceniza?"
Escuchar canción “El muerto vivo”: https://n9.cl/g1voq
Vivió muchos años más, pero los amigos
convirtieron ese insuceso en una alteración vida/muerte, una parodia repetitiva
por anualidades que culminaba las fiestas fingiendo un sepelio por las calles
del Barrio Arriba, ellos travestidos de viudas lloronas y lamentosas, aunque
contentas, y, a veces, el mismo José Nicolás Ariza haciéndose el muerto, o
reemplazado por un muñeco de trapo de tamaño natural acostado bocarriba en una
camilla maltrecha y móvil para burlarse de las tensiones pasadas y de las
propias miserias, mientras se pedía colaboración a los vecinos y transeúntes
con el fin de simular darle cristiana sepultura.
Así nació una leyenda carnavalesca única de
Barranquilla que recoge transfiguraciones simbólicas cómicas de narrativas externas,
coincidiendo con el final festivo de abundancia, parodias, derroche y lujuria
antes de entrar a la cuaresma, cuando el mundo vuelve a la normalidad
redimiendo pecados.
El martes de carnaval, en varios lugares del
planeta, se simboliza el "adiós a la carne" de particulares maneras:
por ejemplo, quemando muñecos de trapo para volver ceniza los abusos de la
abundancia y la diversión sin fronteras morales, o, como en Badajoz (Extremadura,
España), donde se asan sardinas en el camino de un peregrinaje carnavalesco
fúnebre que preside una difunta seguida de muchas plañideras hasta el popular
barrio San Roque.
El hijo del sueño y de la noche, que vive
muerto
Joselito, sinvergüenza e irresponsable, es la
reencarnación de Momo (divinidad protectora
de todos aquellos que se entregan a los excesos mundanos) abstraído en el
inframundo para morir en el cierre de la larga parranda, sin antes ser visto,
pues su vida es sueño y dolor alegre en sus deudos que lo entierran
simbólicamente para entrar al arrepentimiento, la penitencia y la redención
después del disfrute del carne-vale.
El inframundo de Joselito (Fotos: Ricardo
Pérez, Jorge Martínez y cortesías)
Según
el docente y folclorista Cristian Pacheco, "el cuerpo de Joselito es, a su
vez, personaje y objeto ritual debido a que es el hombre mujeriego, parrandero,
bebedor de alcohol, bailador y gozador, arquetipo que existe en la memoria
colectiva de la región norte colombiana. Su rol dentro del ritual es actuar
como ser humillado y rebajado para generar el estado de anunciación sobre el
fin de las carnestolendas y provocar el límite de las transgresiones, el
paradigma vida/muerte".
Para
la investigadora Olaris Martínez, “Joselito es una especie de obra parateatral
que configura la isotopía del dolor, la muerte, la acentuación de la virilidad
en un mundo al revés”.
Por
su parte, el sociólogo Edgar Rey Sinning opina que “Joselito es un ambiente
artificial construido colectivamente por la tradición que se entierra para que
la naturaleza no se corrompa después de tanta rumba”.
Así
mismo, el profesor y dirigente social Hugo Paternina, manifiesta que
"Joselito Carnaval es la reencarnación y retrato de este mundo desbocado,
impúdico y carnavalero que es el Caribe. Somos ese lugar del universo en donde
se tiene la insobornable y singular capacidad de convertir la tragedia en comedia
y viceversa".
Pero
Joselito sigue vivo, muerto en la nostalgia de la gente que espera un año para
revivirlo como Rey Momo transformado en pelele, y vuelto a morir…
Ver
video "Joselito Carnaval", cortesía Ta-Killa:
Escuchar canción "Joselito Carnaval", en dos versiones (Lucho Bermúdez, su autor, y Pacho Galán):


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