viernes, 29 de agosto de 2025

Tras los pasos de Joselito Carnaval:

¡AY, JOSE!, EL LAMENTO ALEGRE DEL ETERNO RETORNO

Celebración de Barranquilla única en el mundo. En Rebolo la gente se viste de negro y en Las Nieves, de blanco. No estaba muerto, andaba de parranda y todavía le deben noches de velorio. Hoy, supersticioso martes 13, de Reconquista, con este "pelele" se acaba la rumba y... a redimir pecados.

Foto cortesía Colprensa

Por Carlos Ramos Maldonado

El viernes precedente al carnaval cien años inciertos antes del actual, el bisiesto 29 de febrero, José Nicolás Ariza Celedón salió muy temprano de su casa en el barrio Rebolo, entre Maturín y Matadero, para ejercer su oficio de distinguido y sobrio auriga fúnebre en el taller de féretros de la familia italiana Fallace Garizábalo allí cerca, en la esquina de la calle San Francisco con callejón Bocas de Ceniza. Pero no pudo trabajar porque el coche de tracción animal que tenía a su servicio, propiedad de un señor de apellido Molinares, fue alquilado sin conductor para convertirlo en carroza festiva y desfilar en la Batalla de Flores del sábado de carnaval en el Paseo Colón para el reinado de Isabelita Sojo; es decir, ese día quedó cesante.

Carruajes fúnebres convertidos en carrozas de carnaval, primera mitad Siglo XX (Fotos archivo Museo Romántico)

Pero no regresó a su casa, aunque de ello apenas se dieron cuenta al día siguiente, sábado: se había ido por los lados del sector Monigote a jugar dominó y tomar gordolobo con sus amigos vendedores del mercado, pescadores y calafateros del Caño de la Ahuyama. Nadie conocido lo volvió a ver durante tres días.

De él y de sus andanzas durante el tiempo perdido se conjeturaron muchos chismes dignos del realismo mágico: que fue a cagar al Caño y se lo tragó un cocodrilo; que se hizo camaján para asistir a los funerales de una famosa matrona en Ciénaga y a terminar de firmar en la finca Neerlandia el final de la “Guerra de los mil días”; que por su soltería empedernida sentía el acoso de tantas mujeres y se escondió en un disfraz de monocuco, pero en alguna parte dilapidó la conciencia; que se fue acompañando a las letanías de las Ánimas Negras de Soledad para la vecina invasión de La Luz; que lo vieron por los alrededores de la Plaza 7 de Abril bailando con las putas porros sabaneros; que en el callejón de los “miaus” de la plazoleta Ugüeta, los chinos lo volvieron picadillos para especiar el arroz; que en la Calle Ancha unos gitanos lo convirtieron en marioneta de circo; que en el barrio Las Nieves, borracho, la gente lo empolvó con harina de yuca y como cayó un chaparrón terminó convertido en estatua de yeso en alguna capilla de pueblo; en fin, aun se cuentan historias nacidas de sus coetáneos, ya todos fallecidos, y distorsionadas por la tradición oral; incluso, versiones previas y encontradas, aunque todas sin evidencias documentadas.

Pero la pista más contundente de su desaparición y posible muerte la dijo él mismo antes de despedirse de su madre: “Si no regreso, no me esperen ni me busquen: el martes me recogen con palas”. Para todos los carnavales decía lo mismo.

Escuchar canción “Joselito Borrachón”: https://n9.cl/7jfdah

Sin embargo, la familia y las novias denunciaron su ausencia en la policía y emprendieron la averiguación; pero nada, al tercer día lo dieron por muerto, y prepararon un velorio con cadáver ausente y cajón vacío, que les prestaron donde trabajaba. Las plañideras acompañaban el llanto de la madre y las prometidas viudas, y los vecinos vestidos de negro elegante refirieron chistes en el frente de la casa toda la noche mientras consumían ron con pasabocas de bollo´e yuca con butifarra.

Amaneciendo el martes corrió la bola de que lo habían hallado despreciado en la penumbrosa caja de aire de un “salivón” del Boliche, pintado de blanco y envuelto en un velo negro de decoración para brujas de carnaval y con una botella de ron vacía tirada al pie. Todos los del velorio salieron corriendo, incluso, se llevaron el cajón vacío, y las mujeres llorando y vociferando “¡Ay, Jose, te fuiste para siempre!” … y “Me dejaste preñá”, gritaba una.

Fotomontaje: borracho tirado en la penumbra; actor Matheus Zamora Ariscapa

Peor el alboroto cuando el inspector fue a hacer el levantamiento de cadáver y el hombre despertó aturdido y asustado: realmente no estaba muerto, andaba de parranda.

Y, llevándose la mano derecha a su rostro ebrio, preguntó molesto: "¿Quién me borró la cruz de ceniza?"

Escuchar canción “El muerto vivo”: https://n9.cl/g1voq

Vivió muchos años más, pero los amigos convirtieron ese insuceso en una alteración vida/muerte, una parodia repetitiva por anualidades que culminaba las fiestas fingiendo un sepelio por las calles del Barrio Arriba, ellos travestidos de viudas lloronas y lamentosas, aunque contentas, y, a veces, el mismo José Nicolás Ariza haciéndose el muerto, o reemplazado por un muñeco de trapo de tamaño natural acostado bocarriba en una camilla maltrecha y móvil para burlarse de las tensiones pasadas y de las propias miserias, mientras se pedía colaboración a los vecinos y transeúntes con el fin de simular darle cristiana sepultura.

Así nació una leyenda carnavalesca única de Barranquilla que recoge transfiguraciones simbólicas cómicas de narrativas externas, coincidiendo con el final festivo de abundancia, parodias, derroche y lujuria antes de entrar a la cuaresma, cuando el mundo vuelve a la normalidad redimiendo pecados.

El martes de carnaval, en varios lugares del planeta, se simboliza el "adiós a la carne" de particulares maneras: por ejemplo, quemando muñecos de trapo para volver ceniza los abusos de la abundancia y la diversión sin fronteras morales, o, como en Badajoz (Extremadura, España), donde se asan sardinas en el camino de un peregrinaje carnavalesco fúnebre que preside una difunta seguida de muchas plañideras hasta el popular barrio San Roque.

El hijo del sueño y de la noche, que vive muerto

Joselito, sinvergüenza e irresponsable, es la reencarnación de Momo (divinidad protectora de todos aquellos que se entregan a los excesos mundanos) abstraído en el inframundo para morir en el cierre de la larga parranda, sin antes ser visto, pues su vida es sueño y dolor alegre en sus deudos que lo entierran simbólicamente para entrar al arrepentimiento, la penitencia y la redención después del disfrute del carne-vale.

El inframundo de Joselito (Fotos: Ricardo Pérez, Jorge Martínez y cortesías)

Según el docente y folclorista Cristian Pacheco, "el cuerpo de Joselito es, a su vez, personaje y objeto ritual debido a que es el hombre mujeriego, parrandero, bebedor de alcohol, bailador y gozador, arquetipo que existe en la memoria colectiva de la región norte colombiana. Su rol dentro del ritual es actuar como ser humillado y rebajado para generar el estado de anunciación sobre el fin de las carnestolendas y provocar el límite de las transgresiones, el paradigma vida/muerte".

Para la investigadora Olaris Martínez, “Joselito es una especie de obra parateatral que configura la isotopía del dolor, la muerte, la acentuación de la virilidad en un mundo al revés”.

Por su parte, el sociólogo Edgar Rey Sinning opina que “Joselito es un ambiente artificial construido colectivamente por la tradición que se entierra para que la naturaleza no se corrompa después de tanta rumba”.

Así mismo, el profesor y dirigente social Hugo Paternina, manifiesta que "Joselito Carnaval es la reencarnación y retrato de este mundo desbocado, impúdico y carnavalero que es el Caribe. Somos ese lugar del universo en donde se tiene la insobornable y singular capacidad de convertir la tragedia en comedia y viceversa".

Pero Joselito sigue vivo, muerto en la nostalgia de la gente que espera un año para revivirlo como Rey Momo transformado en pelele, y vuelto a morir…

Ver video "Joselito Carnaval", cortesía Ta-Killa:

Escuchar canción "Joselito Carnaval", en dos versiones (Lucho Bermúdez, su autor, y Pacho Galán): 

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