CONFESIONES PARALELAS DE TRES REYES MAGOS DEL CARNAVAL
Por: Carlos
Ramos Maldonado
Los tres nacieron a orillas del Río Grande la Patria, en lugares escalenos distintos y distantes, pero desde niños los envolvió la magia del Caribe, el encanto musical y un carnaval milenario que se concentra en el sueño urbano, frente a una luna guapachona “que tiene una cosa que maravilla”.
El primero que siguió la ruta del
caimán fisgonero que se vino para Barranquilla fue el flautista Pedro Agustín
Beltrán Castro (Patico, Mompós, febrero 15 de 1930), quien prevenido por la
violencia que azotaba la Depresión Momposina se enroló en el Ejército Nacional,
donde se hizo músico, y pensionado entró con su caña´e millo al área
metropolitana de la “Puerta de Oro” para jamás devolverse.
El otro es nativo, Aníbal Velásquez
Hurtado (Barranquilla, junio 3 de 1936, barrios San Pachito y Rebolo), que
después de ser profeta en su tierra con un aviario de fuelles aprendido de su
hermano Juan que no sonaba como los de la Provincia de Padilla ni como los del
Centro del Magdalena, sino con estilo propio para competir con los Corraleros
de Majagual, se fue para Venezuela a probar mejor fortuna, y cuando regresó, el
pueblo “elige lo mismo” y lo esperó con los brazos abiertos.
Y el tercero, el más joven y de humor
picante, Dolcey Julio Gutiérrez De la Cruz (Nervití, Bolívar, octubre 23 de
1941), migró de las estribaciones de los Montes de María “solito pa´Barranquilla” también con un acordeón que le enseñó el
reconocido artista Adolfo Pacheco.
Entonces ahí comienzan las vidas
paralelas de estos tres grandes maestros magos de la música tropical que han
engalanado el Carnaval de Barranquilla con sus producciones ya clásicas, y
nadie “pela pista” cuando se escuchan sus canciones, sean en vivo, en picó o a
través de la radio, porque quienes las oyen y bailan son quienes las gozan.
El cinco de febrero pasado la organización cultural Chiva Periodística, con motivo de su izada de bandera de Carnaval 2020, los juntó en Combarranquilla-Boston en un divertido conversatorio guiado por el diestro periodista Fausto Pérez, quien afirmó allí mismo que “La música es, ciertamente, la banda sonora de la vida”. Entonces, acompañados por la nobleza del carnaval: la reina Isabella Chams, el rey Momo Alcides Romero y los príncipes infantiles Miranda Torres e Isaac Rodríguez, estos animadores musicales de las principales fiestas populares de Colombia se despacharon contándose ante un numeroso público que copó todo el escenario lo prudente y lo indiscreto, lo sabido, consabido y desconocido de ellos mismos, más datos “sucundianos” que solo en sus propias bocas agradan.
COINCIDENCIAS:
REYES, TEMAS MÁGICOS Y DISCOGRAFÍA TROPICAL
El primero que lanzó una confesión contundente
sobre algunas bagatelas de la interpretación musical fue Aníbal Velásquez,
precisamente con la canción que lo ha hecho inmortal y que prende el carnaval
desde el 31 de diciembre, porque en Barranquilla la costumbre es que después de
pitos la gente no saca maletas para buscar la buena suerte viajando, sino que
se coloca el monocuco para entrar en carnestolendas. Y antes de pitos no suena
sino “Faltan cinco pá las doce”,
cuando se quema el muñeco de “año viejo” que representa todas las penas y se inicia
el “sucundún” del dios Baco. El tema
es del venezolano Oswaldo Oropeza, interpretado originalmente en 1963 por
Néstor Savarce a ritmo llanero grave y melancólico, por lo que el “rey de la
guaracha en acordeón” le hizo unos arreglos más rápidos y lo volvió costeñísimo
en Discos Tropical, obligado a escucharse en ese pórtico esotérico que
constituye fin de año y carnaval.
Después, en el Conversatorio de la
Chiva, salió al ruedo Pedro Beltrán, apodado Ramayá por razones del nombre de
una canción mozanbiqueña de lengua indescifrable llamada “Barracuda” (Ramaya/Bokuko ramaya/Aabantu ramaya/Miranda
tumbala/Hohoho) del brasilero Simón el
Africano, que el artista nuestro tradujo sin permiso en cumbia con pito
atravesado en enero de 1975, cuando la grabó para Discos Tropical. El tema pegó
en los carnavales y los locutores de moda Cecil Alfonso Pardo y Chicho Barrios desde
entonces llamaron al intérprete Pedro “Ramayá” Beltrán, el “rey del millo”.
Cabe recordar que una composición insignia de Pedro Beltrán con la Cumbia
Soledeña también fue de 1963, “Santo y
Parrandero”.
Y ese mismo año de las impresiones
discográficas de “Santo y Parrandero”
y “Faltan cinco pá las doce”, con
apenas 21 años de edad, Dolcey Gutiérrez da un salto al melograma para prensar
en Sonolux su canción “Cantinero sirva un
trago”, éxito que lo metió en el Carnaval para siempre, tanto que el año
pasado, 2019, lo decretaron oficialmente en la lectura del Bando: “Súper rey
del carnaval”, antes rey tropical de la música picaresca y jocosa, distinguido por
lo picante de sus letras de doble sentido humorístico, apelativo con el que también se denominaba al
compositor de estos lares José María Peñaranda, el de “La cosecha de mujeres” y
“La ópera del mondongo”.
Quedan sentenciados: el primero
re-arregló una canción que parecía sosa, el segundo una que no entendía nadie y
el tercero la inventó dentro de una cantina, sin querer queriendo, pero todas
se convirtieron en himnos del carnaval, aunque, como también observó Fausto
Pérez, “ …sus obras, llenas de cadencia y
goce, nos contagian de alegría en cualquier época del año, o cualquier hora del
día o de la noche”.
Tantos éxitos han tenido estos reyes
magos del carnaval con su música, que otros monstruos del folclor tropical
colombiano lo han llevado al acetato de maneta perdurable: Aníbal Velásquez con
“Caracoles de colores”, interpretado
por el gran Diomedes Díaz; Pedro Beltrán con un mosaico del Checo Acosta, donde
suena “La estera”, y Dolcey Gutiérrez
con “Cantinero sirva un trago”, en la
versión del Joe Arroyo.
EL UNO
INSPIRA AL OTRO
El otro paralelo que caracteriza a
estos tres músicos de cultura riaña es la inspiración, un acto del alma que
crea estilo complejo y simple a la vez, que no nace en su totalidad por sí
sola, por generación espontánea, sino que es un constructo holístico que
termina en canciones nuevas e innovadoras. Por eso es que estos autores son
prolíferos en su producción, tal vez solo monotemáticos en su cualidad rítmica
para pegar en un carnaval que es la vida misma hecha alegría: de ellos tenemos
catálogos extensos y, en sus tiempos, en cada carnaval ubicaban temas novedosos
en competencia con artistas de otras casas disqueras, por ejemplo, Aníbal surgió
en el espectro musical para ser par de los Corraleros de Majagual de Discos
Fuentes, Ramayá Beltrán para crear disidencia en la Cumbia Soledeña de Discos
Polydor, y Dolcey Gutiérrez para cubrir la vacancia que había dejado en la
plaza local Aníbal Velásquez, pues acababa de mudarse para Venezuela.
“Fue Aníbal el que me dio la mano de
entrada”, comentó Dolcey. “A mí me gustaban sus canciones y su estilo de
guaracha y yo lo imitaba desde que tenía quince años. Una vez, en una fiesta
que él animaba en Pivijay al lado de Alejandro Durán, Luis Enrique Martínez y
Abel Antonio Villa, me dejó tocar el acordeón con su conjunto, y lo hice tan
bien, que el promotor musical de Sonolux me vio y de entrada me ofreció grabar
en Barranquilla un álbum que se llamó Parranda
en Tecnicolor, donde vino la canción más exitosa desde el comienzo: Cantinero sirva un trago. Para suerte
mía, Aníbal se fue para Venezuela ese mismo año y yo ocupé su lugar, incluso,
con su mismo conjunto. Aproveché sus 25 años de ausencia para reemplazarlo en
Colombia”.
Fausto se armó entonces con el
micrófono y, mirando a Pedro Beltrán, le disparó la pregunta adánica: “¿Sus
comienzos en la música, maestro?”
“Mi padre fue un gran músico, Miguel
Beltrán, autor e intérprete de la canción “El
muerto borrachón”, de gran furor en los años 80. Con mi hermano y unos
parientes fundamos la agrupación “La bombo asao”, porque teníamos que calentar
el cuero del tambor para templarlo, y tocábamos música de Guillermo Buitrago.
Después fui militar, llegué al grado Teniente Primero y me pensioné. Entonces
venía a Barranquilla a cobrar la mesada y como siempre traía el pito atravesao,
tocaba algunas cosas de otros grupos milleros que habían grabado, pero a la
gente le parecían mejor las mías. En 1961, en un programa por La Voz de la
Patria de Gustavo Castillo iba a tocar Efraín Mejía con su Cumbia Soledeña.
Estaban Alejandro Barceló, Mauricio Pérez y Diofante Jiménez, pero no llegó el
flautista. Así que pedí la oportunidad y me la dieron sin ningún tipo de
ensayo. Con ellos estuve ocho años en los que grabé cuatro elepés, en los
cuales hay 37 canciones mías, entre ellas “Santo y Parrandero”. Años después, ya
con mi grupo, el primer tema que grabé fue romántico: “La teniente Rada”
(risas).
“Yo conocí una mujer/ allá
en las fuerzas armadas
Con el grado de teniente/ se llamaba María Rada…”
Con Aníbal, Fausto fue más a lo
filial, sensible, porque le tocó los hilos de su hermano José Velásquez: “Mi
hermano Cheito, que siempre me acompañó y al comienzo tocaba la guacharaca, fue
el que le cambió el parche a la caja, que antes era de cuero de chivo con el
que tocamos La Casa en el Aire de
Rafael Escalona, y le puso lámina de radiografía para que sonara como bongó,
más moderno, porque en esa época la gente despreciaba el vallenato; de ahí fue
que yo me inspiré para acercarme a la guaracha. Él tiene muchas composiciones,
entre ellas boleros y pasebol que pegaron en México, y otras que ya son
clásicas en el Caribe, por ejemplo, “Alicia
la flaca”:
“Óyeme, Pedrito, vamos a bailar/ con Alicia
la Flaca
Que tiene buen vaivén.
La vamos a mover, porque es
puro esqueleto
Ay, la quiero estremecer…”
Y a Dolcey, el periodista
le pidió una anécdota: “Las cosas de las grabaciones de antes”, respondió. “Todo
el conjunto con un solo micrófono grande en la mitad. Por eso, cuando se
escucha el disco original de Cantinero
sirva un trago sale una bulla casi imperceptible cuando yo hago la voz,
porque ellos, en el coro, estaban peaos (risas). Pasamos casi todo el día
grabando, porque había que hacerlo de un solo jalón, casi improvisado, sin
edición. Pero peor fue cuando terminamos, porque el operador de sonido nos
pidió el respaldo, y yo no sabía qué era eso: ¿respaldo? El me dijo que era la
canción que iba del otro lado, en un disco para 78 rmp, de menos importancia. Y
yo no tenía más temas, así que agarré la conga y comencé a manotearla curru-currulú-curruchito/curru-currulú-curru-chá,
sin pensarlo, y entonces cogí un papelito para escribir”:
“A bailar el sabroso
sabrosito
Este ritmo que goza todo el mundo/este ritmo llamado curruchito…”
Del guacharaquero Jaime López se
habló también, pues este, que había tocado con Alejo Durán, se hizo discípulo
de Aníbal Velásquez después de un encuentro en Montería, y cuando el
barranquillero se fue para Venezuela, entonces pasó a las huestes de Dolcey. Pero
interesante un comentario de Aníbal, quien viajó a Maracaibo sin conjunto
porque el empresario Modesto Marchena que lo llevó tenía músicos para sus tres
teatros que administraba en Maracaibo y el grupo era el telonero de las
películas. Sin embargo, cuando Aníbal cogió vuelo en Venezuela le tocó andar
por el país alternando con las grandes orquestas y grabando en varias casas
disqueras, por lo que vino por su conjunto original y se lo llevó, menos a
Jaime López porque le había dado un infarto estando con Dolcey Gutiérrez.
Después de este bajón de Dolcey, y con un nuevo respiro musical, fue cuando
grabó “Ron pa´todo el mundo”, de
Fredy Solano Serge. Por eso es que él afirma que su vida es como la Biblia,
antes y después de Cristo, antes y después de “Ron pa´todo el mundo”.
Pá gozá el
carnaval
De ninguno de estos tres íconos del
folclor tropical nadie se desprende desde la temporada decembrina, cuando
comienza realmente el carnaval, y, entonces, como el eterno retorno, se vuelve
a escuchar esta música que recorre hirviente las venas del costeño y contagia
al extraño. Es como para no hacer “Promesas
de cumbiambera”, gritar “Viva, viva,
viva, viva el carnaval” y rogar “No,
no me mate, déjeme gozar, máteme si quiere después del carnaval”.
“En la noche buena y
víspera de año nuevo
En los carnavales es cuando
gozo más
Porque en esta fiesta es
cuando más bebo
es cuando más bailo con toda libertad…”
Al final del Conversatorio, para concluir, los tres artistas magos del Carnaval hicieron en coro una confesión: “Nosotros no somos vulgares, son ustedes los mal pensados” (risas).



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